jueves, 10 de julio de 2014

Lo que dice de nosotros una colilla

¡Ojo con tirar una colilla al suelo! No lo digo ya solamente por civismo, que también. Lo digo porque puede venir alguien detrás de ti y a partir de esa colilla reconstruir tu rostro. Pero no hacerte un retrato robot, como los que hace la policía de los sospechosos, no. Cuando digo reconstruir quiero decir reproducir tu cara en 3D. Hacerte un busto, vamos. Es lo que ha hecho la bioartista Hatear Dewey-Hagborg en su obra Stranger Visions, que está expuesta en el Centre de Cultura Contemporánea de Barcelona dentro de la muy recomendable exposición Big Bang Data.

              Stranger Visions en el CCCB: los tres rostros reconstruídos  a                                                      partir tres muestras de pelo, colilla y chicle (en las cajitas negras).                                   Foto: Toni Chaquet

Puede que penséis que esto no tiene mérito: nuestra cara está desperdigada por la red, colgada en numerosas redes sociales,  y a nadie parece importarle lo más mínimo ¿Por qué nos va a importar que un desconocido pueda hacer una careta que sea nuestro rostro? La cosa es más seria de lo que parece.  Lo que la artista utiliza para saber cómo es un desconocido que ha tirado una colilla o un chicle al suelo o que ha perdido unos cuantos pelos al acariciarse el cabello en el metro es su propio ADN (del desconocido). Y es que en la saliva o en el pelo hay millones de células, cada una de las cuales contiene nuestro ADN. Es decir,  nuestra identificación más personal, nuestra intimidad más secreta. De hecho, es lo que  que hace la policía forense cuando inspecciona la escena del crimen, tanto en las series de televisión como en la vida real: coger muestras para poder extraer el ADN e identificar al sospechoso.
Entonces, a partir de la extracción y secuenciación del ADN que hay en esas muestras de chicles, pelos o colillas, Heather Dewey-Harborg se fija en determinadas secuencias de ADN que se sabe que codifican para determinados caracteres de la cara (color de ojos, tipo de cabello, ascendencia caucásica, asiática o africana) y con un programa informático desarrollado conjuntamente con una Universidad suiza, hace una impresión en 3D de ese rostro. En este vídeo ella misma lo explica de maravilla. 




Por suerte para algunos y por desgracia para otros, la genética no es tan sencilla. Y en la fabricación del rostro intervienen muchos genes cuyo  funcionamiento,  por llamarlo de alguna manera, no se conoce bien todavía (interaccionan y se regulan entre ellos en lo que técnicamente se llama epigenética). Así pues, la reconstrucción del aspecto que hace la bioartista, o la policía forense, no es exacta al 100%. Si bien esto podría cambiar en breve, pues un reciente estudio de la Universidad de Leuven (Bélgica) ha podido correlacionar ciertas mutaciones llamadas SNP (variaciones de pocas letras o bases de la secuencia de ADN y que son justamente las que utiliza la artista en su obra) con aspectos concretos de la fisionomía del rostro. 
Pero aún falta bastante por concretar . Además, recordemos que el fenotipo (nuestro aspecto) es la suma del genotipo (nuestros genes) y el ambiente. Así pues, las reconstrucciones que se harían a partir de nuestra saliva ¿serían siempre acertadas? Esta reflexión es la que la bioartista pretende que nos hagamos: el determinismo genético puede inducirnos a errores. Aunque si bien es cierto que, ¿quién dice que en un futuro no se nos puede clonar a partir de esa colilla que hemos tirado en la puerta de un bar cuándo hemos salido a fumar?
Otro aspecto fascinante de esta obra es, a mi entender, ver lo democratizada que está la biología molecular, sobretodo en EE UU (aquí en nuestro país tenemos democratizadas otras cosas menos productivas pero más lucrativas, al menos para algunos). El do it yourself ha llegado al mundo de la bioquímica: la propia Heather se encarga de buscar en internet los protocolos para la extracción de ADN o para hacer la PCR y posteriormente acude a un laboratorio comunitario, llamado Genspace, donde cualquiera puede ir para realizar su propio experimento molecular. 
Para acabar, y por si hay alguien que se haya espantado al leer el post,  me gustaría tranquilizar al personal: la propia Heather Dewey-Hagborg ha montado su propia compañía genética y ha lanzado un producto que borra nuestras huellas genéticas (sí, también de la escena del crimen). Se llama Invisible y es un spray que ya se puede adquirir, por ejemplo, en la tienda del New Museum de Nueva York. Y también por internet. Ay, qué perspicaces los bioartistas.

 Dos tubitos de spray forman el kit Invisible. Su creadora todavía no ha revelado su composición.      Foto: www.deweyhagborg.com