miércoles, 28 de septiembre de 2016

Biohackers, los nuevos soñadores

El físico Leo Slizard tuvo una visión: paseaba por las calles de Londres por allá el año 1933 y de repente, parado frente a un semáforo, imaginó la reacción en cadena de neutrones por la cual era posible la obtención de energía en cantidades enormes. Tan enormes como las que desprende una bomba atómica. Así es como el dibujante Baudoin y el matemático Villani plasman la manera en que el científico húngaro dio con una de las ideas que hizo cambiar el mundo. Lo hacen en la maravillosa novela gráfica Soñadores, de cuya lectura he disfrutado este verano.

A propósito de su descubrimiento, el científico húngaro hacía la siguiente reflexión : "los científicos funcionamos un poco como los poetas o los artistas. La imaginación es una herramienta indispensable para hacer realidad lo imposible". Está claro que lo de Slizard no fue una inspiración espontánea, puesto que ya conocía los estudios de Joliot-Curie, de Shrödinger y otros físicos alemanes que trabajaban en el campo de la física cuántica. Pero lo que más motivó a Slizard y consiguió que diera con tal decisiva idea fueron unas palabras del padre de la física nuclear Ernest Rutherford que venían a decir que quien creyese poder explotar la energía que se desprendía al romper el núcleo del átomo era un soñador.

Así que el soñador Slizard dejó volar su imaginación y cuestionó un imposible. De la misma manera que hicieron otros dos científicos que aparecen en Soñadores: Turing y Heisenberg. Todos ellos unidos por el hecho de no haberse resignado contra lo imposible y de haber surcado la las aguas de la osadía; en definitiva, de haber traspasado lo que hoy conocemos como frontera del conocimiento.

Slizard y compañía me han venido a la mente cuando ayer leí una noticia referida a los biohackers y a como éstos emplean la tecnología para transformar ("mejorar" según sus propias palabras) el cuerpo humano. Transmisores de radiofrecuencia que permiten abrir puertas o activar fotocopiadoras, sensores sísmicos con los que detectar los terremotos o la famosa antena que permite a Neil Harbisson detectar los colores superando así su severo daltonismo, son algunos ejemplos de las proezas que han conseguido estos nuevos soñadores.

Biohackers con implantes bajo la piel (Fuente:The Conversation) 

El propio Neil vaticinaba, cuando lo entrevisté hace unos meses, que dentro de pocos años mucha gente llevaría tecnología implantada en su cuerpo. ¿Estamos dejando de ser humanos? Él mismo, uno de los biohakcers más mediáticos, se considera trans-especie. Atrás quedan los libros de texto de Biología que afirmaban que la especie humana simplemente evolucionaría a nivel cultural. Creo que nadie contaba con el poder de la tecnología para cambiar el concepto de nuestra propia especie biológica.

Por suerte han aparecido los biohackers, el colectivo que con sus propuestas está removiendo no solo la concepción de nosotros mismos o los límites de la manipulación de nuestros propios cuerpos, sino que también plantea la ciencia como una actividad alejada de los grandes circuitos institucionales. 

Pocos centros universitarios cuentan todavía con líneas de investigación en estos campos, y esto hace que estos outsiders de la investigación resulten más fascinantes. Desprenden, como toda buena ciencia ficción, un halo de romanticismo. Aunque se trate ya de poca ficción. 

Coincido con Slizard: la imaginación es indispensable para sobrepasar las fronteras del conocimiento. Por eso su reflexión acerca de los artistas y científicos es tan valiosa. Imaginar es el punto de partida de ambos, es el hecho que equipara sus maneras de trabajar y desdibuja la línea que los ha separado demasiado tiempo. ¿O hay algún problema en considerar a madame Orlan o a Stelarc como pioneros en el biohackerismo? Porque el cyborg Neil Harbisson no tiene ninguno en llamarse artista. Al fin y al cabo, son todos unos soñadores.

Stelarc (izquierda) presenta el implante de una tercera oreja en su brazo (Fuente:The Conversation) 


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